Los primeros castillos
Desde mediados del siglo IX comenzaron a aparecer en Europa los primeros edificios fortificados que podrían considerarse los progenitores del auténtico castillo. En dicha época, debido a las fuertes incursiones de los normandos por las costas de Europa del norte y dentro de Francia, en las comunidades locales, para organizar mejor la defensa se agruparon alrededor de las viviendas de los señores, que tuvieron que fortificar sus casas. Estos primeros castillos estaban formados por una torre grande de madera de forma cuadrada y protegida por una empalizada construida sobre una altura (artificial o natural) llamada "mota". Alrededor de la mota excavaban un foso mientras que a una determinada distancia construían un recinto inferior (también protegido por un foso y una empalizada), en cuyo interior encontraban refugio, en caso de peligro, los vasallos, los campesinos y los siervos.
Los castillos a partir del siglo X
A partir del siglo X comenzaron a construir castillos de mampostería. Modificaron la estructura y pasaron de simples refugios fortificados a auténticas herramientas de lucha y símbolos de poder. Posteriormente, construyeron torres macizos de piedra, de forma cuadrada o redonda, rodeados por murallas y torres. El torreón, es decir, la torre principal, servía principalmente como fortaleza y vivienda. Se trata de fortalezas estrechas, donde se intentaba salvaguardar el lujo y las riquezas. Los cuartos eran pequeños y estaban decorados con muebles escasos pero esenciales, como bancos, mesas y camas. Las ventanas no contaban con cristales y la familia del señor vivía en una única pero grande "sala", donde comían, dormían y recibían a las visitas y a los vasallos. El resto de ambientes, bastante espartanos también, estaban destinados a alojar a los soldados, al establo y a la servidumbre.
Hacia la mitad del siglo XIII, difundieron la técnica de construcción del castillo concéntrico, caracterizado por unas murallas de defensa alrededor del torreón. Generalmente, dichos castillos se construían sobre una posición elevada (colinas o rocas) con el fin de dominar y controlar el territorio de alrededor. También construyeron algunos castillos en zonas planas, generalmente en el cruce de alguna importante vía de comunicación o frontera.
Murallas, torres, adarves y puentes levadizos
La fortaleza estaba rodeada por un gran foso, más allá del cual se encontraba la muralla que, generalmente, estaba construida por muros robustos almenados con una altura de 10 metros o superior, con varias torres de refuerzo (coronadas con almenas) según su importancia. En el espacio libre tras las almenas y las torres, construían un camino de ronda llamado adarve que recorrían los soldados encargados de la vigilancia. Los muros de las torres contenían aspilleras, es decir, aberturas verticales estrechas en la parte exterior y anchas en el interior, dentro de las cuales los arqueros, en caso de asedio al castillo, podían lanzar flechas sin miedo de que los hiriera el enemigo. Además de la muralla, las torres y los adarves, la defensa del castillo también contaba con otro elemento: los puentes levadizos. Se sostenían mediante cadenas y podía levantarse o bajarse sobre la fosa, y protegía la puerta central de la muralla. Esta se cerraba por una o más puertas de madera y, en algunas ocasiones, con un rastrillo de hierro.
Bibliografia
- E.E. VIOLLET LE DUC, Encyclopédie Médiévale, Tome I, Tours 2002.
- C. GRAVETT, I castelli medievali, Novara 1999.